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domingo, 24 de febrero de 2013

Nadie es profeta en su pueblo.

¿Soy un extraño sociológico en mi propia tierra?

Cursar el bachillerato fue un detonante en nuestro interés por estudiar medicina o alguna carrera que tuviera relación con este estudio, estuvimos tratando de investigar sobre como acceder a dichos estudios buscando algún tipo de beca que hiciera menos gravoso los gastos de éstos para la familia. Sin ninguna orientación en el bachillerato sobre escuelas que ofertaran algún tipo de becas y con el pleno conocimiento de que sería un sacrificio enorme para la familia el intentar siquiera ingresar a la universidad para estudiar medicina, nuestra mejor opción sería esperar un poco para luego seguir el rumbo de muchos jóvenes de entonces y de hoy, buscar mejores horizontes en la Unión Americana.

Decidir un cambio en el proyecto de vida respondió al improvisado trabajo como docente interino en una escuela de nuestro lugar de origen. Además de la invitación de dos amigos a la Escuela Normal Rural “Gral. Matías Ramos Santos” quienes me explicaron que los alumnos de dicha escuela contaban con una beca amplia para desarrollar los estudios. Intentamos y solo yo accedí a dicha institución de diez que hicimos el intento.

Para ese entonces todo mundo me conocía por mi nombre, una persona común y corriente entre la sociedad de mi pueblo. Una vez iniciados mis estudios en la escuela normal la mayor parte del tiempo estaba fuera y solo regresaba a casa en vacaciones o fechas especiales hasta antes de la partida de mi familia hacia los Estados Unidos. Una vez egresado, en nuestro primer trabajo profesional era agradable que la gente te llamara maestro, que te tomaran en cuenta en las decisiones comunitarias o simplemente te pidieran un punto de vista. Allá, en la comunidad donde laboraba era el profesor o maestro y, al mismo tiempo, en mi terruño, seguía siendo Macario o Maco; los familiares, los amigos de mis padres, los vecinos siempre me habían llamado por mi nombre, era muy diferente el rol social que jugaba en ambos lugares.

Después de varios años de trabajo en la educación, frente a grupo o al frente de programas como Escuelas de Calidad, Programas Compensatorios, etc., en la región educativa de Tlaltenango, Zacatecas, algunas personas de mi pueblo comenzaban a llamarme de manera distinta, ahora no era Macario, era el profesor o maestro Macario. Una vez que regreso a mi pueblo para integrarme a la administración municipal todo mundo me llamaba profesor o maestro Macario; algunas personas de las comunidades llegaron a pensar que no era originario de García de la Cadena, pensaban que había venido de Guadalajara para apoyar en el trabajo a esa administración. Me había convertido en el extraño sociológico del que habla Lerena.

Pertenecer a ese reducido grupo de personas que nos dedicamos a la docencia me ha dado satisfaciones profesionales pero también considero que me ha alejado de un grupo social. Cuando platico con personas que conozco de toda la vida y de pronto ellos me llaman profesor o maestro siento que instalan una enorme barrera entre ambos que impide desenvolverme con la confianza que antes lo hacia al hablar con ellos. Sin embargo, cuando hay la suficiente confianza me atrevo a decirles que soy el Macario de siempre, el mismo que iba a ordeñar vacas y a encerrar becerros con ellos, el que cortaba maíz y lo molía, igual que ellos; le digo que mi trabajo se desarrolla en el aula pero fuera soy igual que siempre.

No considero ser un representante de la cultura urbana ni mucho menos pertenecer a una microburguesía, sin embargo, tal vez nuestro mucho transitar por diferentes lugares, estar en contacto como estudiante con personas de diferentes lugares del estado, me hicieron modificar mi forma de vida, aprender nuevas costumbres, incluso vestir como ellos pero diferente que la gente de mi pueblo; tal vez es mi imaginación. Pero de una cosa estoy seguro, para muchos no soy el mismo de antes, ni lo seré, mi profesión me ha convertido en un extraño sociológico, incluso para muchos de mi misma familia.

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